Muchas veces no sabemos darle el exacto lugar en nuestra vida a los acontecimientos que se presentan como circunstancial éxito o rotundo fracaso. Los que consideramos “éxitos” nos estimulan y nos llenan de algarabía sean estos personalmente individuales o grupales. Una persona que se considera a sí mismo exitosa se presenta segura y exultante ante los demás sin percatarse que los éxitos pueden ser efímeros y desaparecer en pocos minutos.
Vivimos pendientes de los éxitos y los fracasos cotidianos y algunos de ellos son inconsistentes para los demás que tienen una visión distinta de la vida y tienen otra forma de evaluación de los acontecimientos que a cada instante se presentan en la vida.
Muchas personan suelen agobiarse con el solo hecho de que pierda un encuentro deportivo el club favorito y lo consideran un fracaso que los derrumba moralmente y toman este acontecimiento como parte de su propia derrota. Otras le dan la justa dimensión al hecho y ubican en el nivel exacto a los resultados deportivos sabiendo que a veces se gana y a veces se pierde y que la alegría y la tristeza no puede depender del resultado de un encuentro.
El poeta británico Rudyard Kipling en un poema dirigido a su hijo hace una exacta descripción sobre los dos impostores que son el éxito y el fracaso: «Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia.» y afirma que a cada uno hay que darle la exacta dimensión sin dejarse arrastrar por los éxitos ni apabullarse por los fracasos porque estos son pasajeros y no se quedan eternamente en nuestras vidas.